sábado, 30 de agosto de 2014

A correr.

 

Lo escribí en la versión anterior del blog, pero es un punto tan medular de mi existencia que debo ponerlo de nuevo.

A mi no me gusta correr. De hecho lo odio. Odio ir a dejar a mi hijo a la escuela a las 6:35 am y de ahí pasarme al parque o a cualquier otra ruta para correr. Odio el frío y la neblina. Odio el moco escurriendo de mi nariz. Odio a los güeyes que sacan a pasear a sus perros sin correa. Odio a los perros sin correa que me persiguen. Odio los tríos de amigos que salen a correr a paso inferior al mío y ocupan todo el ancho de la pista valiéndoles madre que vaya a pasar. Odio al viejito que corre en contrasentido. Odio a la viejita que a sus ¿60? años cubre una mayor distancia y a mayor velocidad que yo.

En fin. La lista podría seguir y seguir, pero me detendré ahí para puntualizar: Lo que más odio de salir a correr, es cuando no salgo.

Verán. Soy un ser totalmente extraño. Mi vida transcurre en una dicotomía perpetua y perfecta, en una extraña separación entre mi total apatía y desapego a todos los asuntos de la vida, y una ansiedad terrible por sobresalir, por no ser “uno más”.

¿Trastorno de personalidad? Quizás. ¿Esquizofrenia? Posible, pero no probable. En apariencia soy el más sociable, el más listo, el más lo que ustedes quieran, pero en mi fuero interno soy dos, un espectro inmóvil, por completo indiferente a todo, apático tanto a causas como a efectos, y a la vez un exigente observador, un crítico acérrimo de mis propias experiencias.

Por lo tanto, la vida se ha transformado en una lucha, una constante pugna entre dos entes: El “no sólo no quiero hacer nada, sino que no hago nada” y el “ya párate a correr cabrón”.

Una vez que esto queda aclarado, sigo con la idea: Odio correr, pero odio más cuando no salgo, porque es entonces el apático, el (absolutamente) indiferente el que toma la decisión, el que con su no hacer obtiene el triunfo, haciendo (obvio) nada.

Salgo a correr porque es la manera que tengo de mantener a raya al tipo de la oscuridad, al sombrío pasajero que anida en mi conciencia, salgo a correr para probar que aunque no se quiere, se puede. Salgo a correr porque tengo miedo de que esa parte oscura de mi interior me alcance, salgo a correr para huir de mi mismo.

Y a veces lo consigo.

Y el resultado me hace feliz.

 

 

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domingo, 24 de agosto de 2014

Espejismos

La naturaleza humana es contradictoria.

Les voy a poner el ejemplo de la amiga con la que me estoy whatsapeando ferozmente. 27 años, no es muy bonita, pero tiene cuerpazo, buena familia, psicóloga, buen trabajo en gobierno, no le sobra el dinero pero vive desahogadamente, muy linda y amable, buena conversadora en español, inglés y francés, con tema de conversación en los tres idiomas. Por si todo esto fuera poco, un openmind digno de aristócrata europea de mitad del siglo XX. Una pinche chulada de vieja, hubiera dicho mi madre.

Obvio no es una santa, pero tiene sus códigos, no anda con más de uno a la vez y es muy capaz de tener relaciones totalmente freelance.

Una vez que se hacen la idea, les platico que está totalmente emberrinchada con un cuate que le lleva trece años, trabajo regular, guapo sí, pero nada espectacular. Y que la ignora casi por completo. Peor todavía, después de mucha insistencia por parte de ella, logró convencerlo de irse a cenar a solas a su casa, un par de vinos, una cosa lleva a la otra… Pues no. El cuate la dejó desvestida y alborotada, ok, no literal, pero casi, él nomás se dedicó a lo suyo, se vistió y con cualquier pretexto se fue. Al cabo de siete minutos.

¿La parte medular?

Ahora me pide consejos de que le va a decir, como le va dar algún presente, a donde lo va a invitar a comer… Cosas todas que el se dedica a despreciar amablemente, vamos, siempre le dice que si pero no le dice cuando.

Pinten la imagen completa. Ella, buen partido, créanme hombres, a cualquiera de ustedes que les dijera “vamos a tener sexo por diversión, y sin compromiso” irían con ella cerrados de ojos. Él, cuarentón, más o menos en todo, iba a poner que haciéndose del rogar, pero no llega ni a eso, la ignora por completo.

Y la otra de necia hasta justificándolo. “Hoy tuvo mucho trabajo, por eso no me llamó”, “Tuvo junta con su jefe, por eso no pudimos ir a comer”, “Fue con su mamá el fin de semana, por eso no salimos”.

Hoy de plano ya le dije: Mija, el interés tiene pies. Ese güey no te busca porque le vales madre. Yo soy hombre y sé de eso. Ya déjalo estar. No te empecines con un espejismo.

Creo que mañana le va a llamar para preguntarle si es cierto.

Recuerden, si no les busca es que no les quiere buscar. Punto.

 

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martes, 19 de agosto de 2014

Todavía te recuerdo hace años, frágil y graciosa, dando cada uno de nosotros hasta la vida por servirte.
¿ Cómo es que ahora esperas atenta la llegada de pastillas y no de flores?

viernes, 15 de agosto de 2014

Déjà vu

A veces, todo lo que fue vuelve a ser.

A veces, en realidad nunca fue.

¿En dónde nos perdimos?

La última vez

Espero que en realidad esta sea la última vez. Me dices que ahora si se te acabó el amor, que ya no confías en mí. Lo peor del asunto es que en esta (última) vez que me lo dices, ya no siento nada. Ni miedo, ni angustia, ni siquiera ganas de romper las cosas.

Creo que estoy curado de tí.

Espero que te vaya muy bien.
Espero no verte más.


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¿Porqué?

¿Porqué alguien desearía escribir acerca de su vida privada, de sus emociones, sensaciones, afectos y desamores? ¿Porqué además hacerlo público?
Hacerlo es exponerse al vendaval de la crítica, porque las personas acostumbramos a juzgar de inmediato los actos de los demás. Hacerlo es abrir el pecho, mostrar la carne y la sangre que hay en nuestro interior, y hacer saber a todos que aún cuando en tu rostro la sonrisa es perenne, hay un trasfondo, un torbellino que crece y se encoge y susurra maldiciones a la par que lanza besos de prostituta a los espectadores que se regocijan de verte morir llorando, clamando por tu madre.

Hacerlo es decir: “Aquí estoy, soy suyo, evapórenme, aniquílenme, desintégrenme”

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Aunque…

Como todo medio escrito, también este puede modelar opiniones, influir, tener ese efecto fantástico con el que el mago logra atraer tu mirada hacia otro lugar completamente diferente de aquel en el que se está desarrollando el truco…


Ahora me ves… O crees verme.

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Curvas enlazadas

Vengo desde Laguna del Volcán en un bonito agarrón con un cuate de un Mercedes, siempre he dicho que no solo cuenta la máquina, sino también...